jueves, 19 de febrero de 2009

Cenicienta siglo XXI (cap. 1)



Cenicienta vivía en un precioso chalet adosado cercano a uno de los jardines más importantes de la ciudad. Su habitación, situada en la planta superior, miraba al río, a la catedral, y a la parte de vegetación más frondosa y florida que se pudiera imaginar. Convivía en la planta de abajo con su padrastro y sus hermanastros, con quienes la unía una relación de convivencia y conveniencia. Su madre se había marchado dejándola sola cuando contaba doce años de edad y nunca había vuelto a saber de ella.
Cenicienta vivía en su ático mientras sus hermanastros se ocupaban de hacer la compra, mantener la casa limpia, hacer la comida, planchar la ropa, recoger los platos e ir a trabajar en una obra a diez kilómetros del lugar, de la que volvían hastiados, sucios, renegados y jurando no volver al día siguiente. Su padrastro, antaño un hombre jovial, se había ido convirtiendo con el paso de los años en una especie de sombra andante, que desayunaba, comía, cenaba y dormía. Ya ni siquiera trabajaba, nadie en la construcción quería contratar a alguien tan mayor y tan acabado.
Cenicienta salía todas las mañanas a tomar café con sus amigas, paseaba con ellas, cuidaba de sus niños cuando lo necesitaban y destinaba una parte importante de su tiempo al cuidado y depilación de sus piernas, cejas y raya del bikini, así como a recorrer las tiendas de ropa, belleza y complementos en busca de lo último para poder estar a la última. Cuando llegaba exigía la comida y la bebida y pasaba revista a la casa para asegurarse de que no la habían manchado con sus botas sucias al entrar de trabajar. Su padrastro la miraba con los ojos entornados, sus hermanastros agachaban la cabeza y enrojecían levemente, y todo el mundo la obedecía.

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