jueves, 8 de octubre de 2009

¿Cómo definir la violencia femenina?



No suelo tener dificultades para expresar lo que siento o lo que pienso, pero me bloqueo cuando alguien me pide que describa por qué soy incapaz de oponerme con firmeza a los designios de mi mujer, cumpliendo a rajatabla el dicho ese de que "si tu mujer te pide que te tires de un piso procura que sea el primero".

No soy feliz, como casi nadie, pero tengo un serio problema de pareja: Temo a mi mujer. Hay una explicación fácil para esto, soy lo que Paco Martínez Soria llamaría un calzonazos, y otra más difícil de creer: Ella ejerce violencia sobre mí. No me considero lo primero, me gusta hablar las cosas, llegar a conclusiones favorables para todos y ayudar si me es posible a la felicidad de los demás, pero tampoco puedo demostrar lo segundo.

Temo a mi mujer, a sus reacciones agresivas, a un conjunto de cosas que han ido ocurriendo durante los veinte años largos de convivencia que llevamos. Temo sus mentiras, su forma de organizar las cosas que ocurren de tal manera que el culpable siempre soy yo, sus exigencias, esa actitud que convierte en dogma de fe la idea de que ella trabaja y se sacrifica por mí y para mí cuando los dos sabemos (o deberiamos saber) que es justo al revés, a esos enfados tan exagerados, a sus gritos, a su descontrol, a cómo pierde el respeto, insulta y grita a los niños, sus excesos con el dinero que yo gano trabajando mientras ella disfruta de una libertad que para mí resulta envidiable. La temo a ella porque, aunque intento que sea de otra forma, no puedo evitar verla como una persona malvada y aprovechada.

Ella ejerce violencia sobre mí con sus amenazas larvadas, con sus gritos, con sus demandas ante las que es difícil negarse si no quieres pasar por el rechazo, los gritos, los portazos, el "ahora me marcho de la mesa porque ese niño me molesta", el "me marcho porque aquí no hay quien viva", o el "esta casa es una mierda". Por eso tengo que irme de vacaciones a playas de mierda cuando lo que me gustaría sería quedarme en el pueblo como Delibes, tirar los muebles a la basura porque quiere comprarse otros, acabar el mes con diez euros en la cartilla del banco y quedarme sin ir a ver a mi familia porque a ella le molestan.

No sé describir por qué me siento como me siento pero sí que no soy el único. Y que, o hacemos algo, o estas arpías nos van a sacar los ojos de las órbitas y van a mear dentro. Porque a ellas se les permite todo y nosotros fuimos, somos y seguiremos siendo, unos pringados.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No eres un calzonazos.Los calzonazos no existen.
¿Alguna forma de pagar un buen abogado?
Kxll

Carlos Gallego dijo...

Se pagan con dinero, pero poco pueden hacer con leyes que consideran que igualdad es igual a derechos para las mujeres.